Abordo este pequeño proyecto a modo de serie. Subiré los capítulos a medida que los vaya escribiendo. No hay un lapso de tiempo determinado entre el que subiré cada episodio; podría ser dos días, una semana o quince días.
Sin más preámbulos me enorgullezco de compartirles el primer capítulo terminado definitivamente, espero y sea de su agrado.
Descripción:
Quiroz, una ciudad de oportunidades y oportunistas. El paraíso de los contrastes. las mafias y los carteles se disputan un trozo de pastel de ésta metrópolis.
Ricardo Allende es un joven taxista sin ningún porvenir a corto plazo, vive una vida sencilla sin muchas dificultades trabajando arduamente. Pero la vida que ha llevado da un giro de 180 grados cuando conoce a Hirley Cepeda, un miembro importante dentro de la organización criminal de Don Santana, el hombre más poderoso de Ciudad Quiroz, y se ve involucrado en medio de una cruenta guerra entre mafias. Su vida dependerá de las decisiones que tome a partir de este momento y por supuesto,de sus habilidades de supervivencia e ingenio, mientras intenta escribir su nombre en los almanaques del hampa de Quiroz.
Capítulo II.
Historias cruzadas
Hirley y David caminaban por la acera. La noche era
oscura pero tibia como todas las noches en Ciudad Quiroz. El destino los
esperaba dentro de la arquitectura del restaurante italiano Barzzini’s. Se
había propuesto un lugar neutral para esta reunión, un sitio en donde ni la
organización de Hirley y David, ni la organización con la que pactarían tuviera
ninguna clase de ventaja de campo. Ninguno se sorprendió cuando, en la puerta
del punto de reunión, los esperaban cuatro hombres de rasgos mongoloides con
trajes completamente negros.
-
Caballeros. – Dijo uno de ellos con la mirada
serena sin la más mínima pizca de simpatía y con un acento oriental muy marcado.
– El señor Ishimura los está esperando.
-
Pues no lo hagamos esperar más. – Dijo Hirley
con una sonrisa fingida.
-
Síganme. – Contestó el mismo sujeto.
Los guío a través del elegante restaurant europeo
hasta una mesa que se encontraba justo en medio del recinto en la segunda
planta, en donde rodeado de varios de sus hombres, unos tres rodeando a la
mesa, y unos ocho distribuidos en todo el segundo piso, los esperaba el señor
Ishimura. Era una mesa redonda de madera cubierta con un mantel de cuadros
blancos y rojos.
-
Tomen asiento, por favor. – Invitó el hombre más
próximo a la derecha de Ishimura. – En nombre de nuestra organización, les doy
la bienvenida. Permítanme presentarme, mi nombre es Hiyata Montawa y a mí se me
ha concedido la bendición de ser el intérprete de esta noche. Ustedes deben ser
Hirley Cepeda y David Peraza respectivamente. Es un placer.
-
El placer es nuestro. – Contestó Hirley
arrastrando una silla para tomar asiento, gesto que fue imitado por su
compañero.
El Señor Ishimura,
pilar importante de la mafia japonesa en Ciudad Quiroz, líder de los Yakuza de
Puño Blanco, un clan de alto rango dentro de la organización. Había sido
enviado a los Estados Unidos Mexicanos para comenzar a expandir sus negocios
dentro de Latinoamérica, porque es bien sabido dentro de los líderes criminales
y no criminales: Quien controla el tercer mundo, lo controla todo. Mano de
obra, materia prima. Todo.
Don Ishimura declaró algo en su idioma
natal, con lo que Hiyata tuvo que acercar su oreja más próxima para captar cada
una de las palabras para poder traducir al castellano.
-
El Señor Ishimura dice: Tengo entendido que
ustedes dos tienen información muy valiosa que le hará mucho bien a nuestro
convenio.
-
Por supuesto. – Dijo David. – Pero primero, si
no es mucha molestia nos gustaría ordenar algo antes de comenzar a deslizarnos
a asuntos más profundos.
Hiyata se apresuró a traducirle a su jefe.
-
¿Qué me recomiendas de este menú, David? –
Preguntó Hirley. -¡Todo aquí son pastas y más pastas!
-
Ordena lo que sea. – Contestó David, «Si al fin
y al cabo todo terminará en cualquier momento», pensó.
-
Agradecería que se dispusieran a hablar,
caballeros. – Intervino el traductor. – El Señor Ishimura es un hombre muy
ocupado y queremos hacer de esta reunión la más breve posible.
-
¡Ah! Claro que sí. – Dijo Hirley. – Espere un
segundo. ¡Hey, mesero! ¡Sí, joven, aquí! ¿Podría traerme algo de vino? No, es
todo por ahora. ¿Tú quieres algo, David?
-
No. Así estoy bien.
-
¿En dónde estábamos?
-
En la información. – Agregó Hiyata.
-
Claro, claro. Hablaré por pausas para que puedas
traducirle a tu jefe. Tenemos un mensaje importante de Santana. Es una noticia
tácita que la organización que su jefe y usted representan están aquí por un
solo motivo: Expansionismo.
-
¿Por qué supone eso?
-
Porque ¿Qué otro motivo tendría una de las
mafias más antiguas del mundo en una ciudad como esta?
-
Esos son asuntos internos que no podemos
comentar.
-
Entiendo. Pero quiero dejar algo en claro: Se están metiendo
en donde no deben.
Al traducir esto al japonés, los tres hombres que
rodeaban la mesa se miraron mutuamente. Uno de ellos pasó la mano a un costado
del dorso, como buscando el mango de un arma.
-
Pero tranquilo. – Continuó Hirley para apaciguar
a los hombres de Ishimura. – No venimos aquí para amenazar a nadie. El negocio
en esta ciudad está distribuido de la siguiente forma: Los Corneria en el norte,
El Cartel del Diablo en el noreste, las Triadas en el oeste, y nosotros en la
zona central y sur. Si ustedes quieren expandirse de verdad necesitarán un
aliado, alguien que pueda cubrirles las espaldas en lo que se hacen un nombre.
Claro, por una cuota razonable.
El señor Ishimura sonrió con interés cuando escuchó
estas palabras trasladadas a su idioma natal.
-
Aquí tiene su vino, señor.
-
Muchas gracias. – Hirley bebió un sorbo largo y
dulce. - ¿Y entonces, qué les parece?
-
El Señor Ishimura está verdaderamente interesado
en la propuesta de su jefe, pero le gustaría que desmenucen más la información
antes de poder llegar a un porcentaje favorecedor.
-
Claro. David, te toca.
-
Tenemos entendido- continuó David. - que los intereses de su organización rosan
constantemente con los de los chinos. Si ustedes están dispuestos a negociar,
nuestro jefe, el Señor Santana, no solo propone protección, sino también
recursos tanto armamentísticos y humanos en contra de las Triadas.
-
Ojalá hubiéramos encontrado un aliado como
ustedes hace 50 años. Pero ahora viene la parte importante. ¿Cuánto?
-
Tomando en cuenta las ganancias de los primeros
años, que no serán muchas, y la inversión que nuestro jefe hará para poder
asegurar su expansión hablamos de alrededor de… El 70% de las ganancias.
Cuando Hiyata terminó de traducir la propuesta, el
interés de su jefe se deshizo por completo. Se paró de golpe de su silla y
comenzó a orar palabras en japonés de una manera que cualquier persona
meramente consiente hubiera captado como
altisonantes. Sus hombres se levantaron junto con él con armas en las manos,
creyendo que su jefe estaba en problemas. Hirley y David se mantuvieron
impasibles en sus asientos. Hirley bebió de su copa de vino. Cuando el señor
Ishimura terminó su discurso, se limpió la frente, se arregló el traje y tomó
asiento nuevamente, entonces le dijo algo a su intérprete para comunicárselo a
sus invitados.
-
El Señor Ishimura pide una disculpa. Dice que a
menudo deja llevarse por sus emociones.
-
Descuide. – Dijo David asegurándose con el
rabillo del ojo que los secuaces del japonés ya habían guardado sus armas y se
habían regresado a sus respectivas mesas cuando continuó. – la verdad es que el
señor Santana tiene otro comunicado para ustedes.
Y de repente con en abrir y cerrar de ojos
Hirley sacó de su costado un arma de nueve milímetros y antes que su anfitrión
pueda abrir la boca de sorpresa le colocó una carga de plomo entre los ojos.
Con un elegante movimiento de manos le clavó otra bala a Hiyata en la garganta.
Cuando volteó a su compañero, David ya tenía una pistola de nueve milímetros en
cada mano y le perforaba el dorso a los tres guardaespaldas que rodeaban la
mesa. Antes que los hombres que se encontraban en las mesas del rededor
lograran sacar sus armas para abrir fuego contra los hombres de Santana, Hirley
pateó la mesa contra los secuaces que tenía enfrente, causando confusión entre
ellos con lo que logró ganar uno o dos valiosos segundos. Ambos lograron
agacharse a tiempo que una descarga de fuego pasaba zumbando sombre su cabeza.
Uno de los hombres que David tenía en su costado izquierdo había sido herido
por una bala perdida de fuego aliado. Con un rápido movimiento logró descargar
ambos cartuchos sobre una hilera de cuatro sujetos que se acercaban por la
entrada de las escaleras con armas pesadas. El que encabezaba el pelotón fue
herido en una pierna, cayendo de inmediato y haciendo tropezar con su cuerpo a
sus compañeros de atrás. David aventó sus armas al suelo y sacó un revólver de
45 milímetros con el que arrebato la vida a dos de los atacantes que
habían tropezado y se acercaban
violentamente con ametralladoras automáticas que claramente tenían preparadas
con anticipación por si la situación se salía de control. Hirley mientras tanto
recargaba su arma para tratar de contener a los hombres que se atrincheraban
tras las mesas del restaurant. Todo era un caos.
-
¡Tenemos que salir de aquí, maldita sea! ¿Dónde
guardó Claudio el arma automática? – Gritó Hirley entre los relámpagos que
emanaban los disparos.
-
Dijo que estaría en la segunda mesa a la
izquierda de la nuestra.
-
Con este desmadre ya ni sé cuál es mi izquierda.
-
¡Ahí está!
-
¡David, cúbreme mientras yo voy por ella!
Hirley corrió a gachas con el antebrazo
rodeándole la cabeza hasta que llegó a una mesa en donde un miembro de los
Yakuza había caído muerto. Tanteó debajo de ella hasta que sintió con el tacto
los burdos relieves del mango del subfusil automático UZI.
-
¡Hirley, maldita sea, vienen de la primera
planta, no podré retenerlos por mucho con esta arma!
Un pelotón de sicarios subía la escalera,
pero Hirley no conseguía quitarle el seguro al arma que acababa de encontrar.
-
¡Hirley, con un carajo! ¡¿Dónde estás?! –
Gritaba David apretando el gatillo de su revolver con disparos de fuego de
cobertura. Usaba una mesa de madera como escudo a pesar de que ésta podría
ceder fácilmente al metal de una descarga de plomo. Hirley jalaba con
desesperación el seguro pero éste se negaba a acceder.
-
¡Me estoy quedando sin munición! – Gritó David
hiriendo en el hombro a otro individuo que subía a la segunda planta del
restaurant cargado con un AK-47. Detrás de aquél malherido sujeto, llegaba otro
que, apartando de un golpe a su compañero, apretó el gatillo de su automática
contra David. Una docena de balas de 7,62 milímetros impactaron contra su
dorso, extremidades y cuello.
-
¡DAVID, NO! – Gritó Hirley mientras tiraba con
todas sus fuerzas del seguro del subfusil que accedía de una buena vez.
Descargó una decena de balas contra el asesino de David antes de correr hacia
el cuerpo agujereado de su amigo. Se hincó ante él tratando de encontrar una
señal de vida, pero la esencia de lo que alguna vez fue su viejo colega se
había esfumado ya. No se lamentó. No era el primer amigo que perdía debido a
los negocios de Santana, y seguramente no sería el último. Corrió y bajó las
escaleras a la primera planta de dos en dos, se encontró un oriental en el
descansillo pero lo abatió de un golpe en la nuca con la culata del arma para
luego clavarle una ráfaga corta de disparos en el pecho. Un par de hombres lo
esperaban en la planta baja, en eso, otro par salía de la puerta que daba
acceso a la cocina que se encontraba a unos siete metros de él. Descargó las
últimas treinta balas del cartucho de la automática contra sus atacantes, pero
ya no para asesinarlos, sino para abrirse paso, porque sabía que de donde
vinieron esos dos últimos sujetos también vendrían más y ya no tenía ni la
compañía ni los recursos necesarios para devolver el fuego. Sus disparos
aleatorios dieron en el blanco a uno de los sujetos orientales y fueron
suficiente para que los otros tres se pusieran a cubierto el tiempo suficiente
para que Hirley pudiera emprender la huida. Mientras corría, mantenía el
gatillo apretado, y solo esperaba llegar a la puerta antes que las balas
mermen. Pero no fue así. El cartucho se vació cuando él estaba a unos cinco
metros de la puerta, los atacantes que estaban a cubierto salieron de su
escondite, y entonces, de la puerta de la cocina, salieron seis sujetos más
armados hasta los dientes con nueve milímetros. Hirley ahora corría por su
vida. Las balas pasaban a su lado destruyendo todo a su paso, lámparas, mesas,
vidriería. Hirley corría encorvado cubriéndose la cabeza. Llegó a la puerta, la
empujó con su hombro y salió disparado del lugar mientras las balas seguían
volando sin cesar. Metió la mano en su bolsillo, y mientras corría por la calle
tecleó un atajo rápido en la pantalla táctil de su celular antes de ponerlo
contra su oreja para llamar. La línea sonó una vez antes que la voz de una
mujer contestara.
-
¡Hirley! Estás vivo.
-
¡Sonia, por Dios, vuela las cargas explosivas
AHORA!
-
Hecho.
Hirley corrió y corrió sin
voltear antes que el ruido de una explosión y una repentina onda sonora lo
destantee y le haga perder el equilibrio. Miró hacia atrás pero solo consiguió
ver una bola de fuego que se alzaba por los cielos en el lugar donde hace unos
segundos se encontraba el restaurante italiano Barzinni’s. Corrió y corrió
hasta que a un par de cuadras encontró un taxi con su respectivo conductor. «Y
ni siquiera pude gastarme el vino» pensó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario