domingo, 22 de diciembre de 2013

Este es un poema de amor.

Aunque nada me conmueva,
y la lírica no sea nueva
o sea un simple impulso el que me mueva.
Este es un poema de amor.

Aunque no confiese una verdad,
o no hable sobre la adversidad,
aunque me aburra en Navidad.
Este es un poema de amor.

Aunque escriba sobre muletillas,
o del uso cortés de las comillas
o sobre alguna musa y sus mejillas.
Éste es un poema de amor.

Aunque hable del comunismo,
ateísmo, anarquismo, consumismo,
socialismo, ocultismo; es lo mismo.
Este es un poema de amor.

Aunque no sea psicólogo,
o astrólogo, o teólogo,
u odontólogo. Qué mal prólogo.
Éste es un poema de amor.

Aunque no sea tan profundo
el jocundo pero inmundo
secreto vagabundo del mundo.
este es un poema de amor.

Aunque defienda la eutanasia
y mantenga la falacia
qué bonita antonomasia.
Este es un poema de amor.

Y el juego de palabras chuscas
sea más que fino, sea brusca.
La suerte está en quien la busca.
Este es un poema de amor.

Y aunque no lo parezca,
aunque nadie lo merezca
y aunque por nadie sienta dolor.

Este es un poema de amor.





lunes, 9 de diciembre de 2013

Ricardo Allende (Nombre provisional) - Capítulo I. Historias Cruzadas.

¡Hola, a todos!
 Abordo este pequeño proyecto a modo de serie. Subiré los capítulos a medida que los vaya escribiendo. No hay un lapso de tiempo determinado entre el que subiré cada episodio; podría ser dos días, una semana o quince días. 
Sin más preámbulos me enorgullezco de compartirles el primer capítulo terminado definitivamente, espero y sea de su agrado. 

Descripción:

Quiroz, una ciudad de oportunidades y oportunistas. El paraíso de los contrastes. las mafias y los carteles se disputan un trozo de pastel de ésta metrópolis.

Ricardo Allende es un joven taxista sin ningún porvenir a corto plazo, vive una vida sencilla sin muchas dificultades trabajando arduamente. Pero la vida que ha llevado da un giro de 180 grados cuando conoce a Hirley Cepeda, un miembro importante dentro de la organización criminal de Don Santana, el hombre más poderoso de Ciudad Quiroz, y se ve involucrado en medio de una cruenta guerra entre mafias. Su vida dependerá de las decisiones que tome a partir de este momento y por supuesto,de sus habilidades de supervivencia e ingenio, mientras intenta escribir su nombre en los almanaques del hampa de Quiroz. 



Capítulo II.

Historias cruzadas

Hirley y David caminaban por la acera. La noche era oscura pero tibia como todas las noches en Ciudad Quiroz. El destino los esperaba dentro de la arquitectura del restaurante italiano Barzzini’s. Se había propuesto un lugar neutral para esta reunión, un sitio en donde ni la organización de Hirley y David, ni la organización con la que pactarían tuviera ninguna clase de ventaja de campo. Ninguno se sorprendió cuando, en la puerta del punto de reunión, los esperaban cuatro hombres de rasgos mongoloides con trajes completamente negros.
-          Caballeros. – Dijo uno de ellos con la mirada serena sin la más mínima pizca de simpatía y con un acento oriental muy marcado. – El señor Ishimura los está esperando.
-          Pues no lo hagamos esperar más. – Dijo Hirley con una sonrisa fingida.
-          Síganme. – Contestó el mismo sujeto.
Los guío a través del elegante restaurant europeo hasta una mesa que se encontraba justo en medio del recinto en la segunda planta, en donde rodeado de varios de sus hombres, unos tres rodeando a la mesa, y unos ocho distribuidos en todo el segundo piso, los esperaba el señor Ishimura. Era una mesa redonda de madera cubierta con un mantel de cuadros blancos y rojos.
-          Tomen asiento, por favor. – Invitó el hombre más próximo a la derecha de Ishimura. – En nombre de nuestra organización, les doy la bienvenida. Permítanme presentarme, mi nombre es Hiyata Montawa y a mí se me ha concedido la bendición de ser el intérprete de esta noche. Ustedes deben ser Hirley Cepeda y David Peraza respectivamente. Es un placer.
-          El placer es nuestro. – Contestó Hirley arrastrando una silla para tomar asiento, gesto que fue imitado por su compañero.

El Señor Ishimura, pilar importante de la mafia japonesa en Ciudad Quiroz, líder de los Yakuza de Puño Blanco, un clan de alto rango dentro de la organización. Había sido enviado a los Estados Unidos Mexicanos para comenzar a expandir sus negocios dentro de Latinoamérica, porque es bien sabido dentro de los líderes criminales y no criminales: Quien controla el tercer mundo, lo controla todo. Mano de obra, materia prima. Todo.

Don Ishimura declaró algo en su idioma natal, con lo que Hiyata tuvo que acercar su oreja más próxima para captar cada una de las palabras para poder traducir al castellano.
-          El Señor Ishimura dice: Tengo entendido que ustedes dos tienen información muy valiosa que le hará mucho bien a nuestro convenio.
-          Por supuesto. – Dijo David. – Pero primero, si no es mucha molestia nos gustaría ordenar algo antes de comenzar a deslizarnos a asuntos más profundos.
Hiyata se apresuró a traducirle a su jefe.
-          ¿Qué me recomiendas de este menú, David? – Preguntó Hirley. -¡Todo aquí son pastas y más pastas!
-          Ordena lo que sea. – Contestó David, «Si al fin y al cabo todo terminará en cualquier momento», pensó.
-          Agradecería que se dispusieran a hablar, caballeros. – Intervino el traductor. – El Señor Ishimura es un hombre muy ocupado y queremos hacer de esta reunión la más breve posible.
-          ¡Ah! Claro que sí. – Dijo Hirley. – Espere un segundo. ¡Hey, mesero! ¡Sí, joven, aquí! ¿Podría traerme algo de vino? No, es todo por ahora. ¿Tú quieres algo, David?
-          No. Así estoy bien.
-          ¿En dónde estábamos?
-          En la información. – Agregó Hiyata.
-          Claro, claro. Hablaré por pausas para que puedas traducirle a tu jefe. Tenemos un mensaje importante de Santana. Es una noticia tácita que la organización que su jefe y usted representan están aquí por un solo motivo: Expansionismo.
-          ¿Por qué supone eso?
-          Porque ¿Qué otro motivo tendría una de las mafias más antiguas del mundo en una ciudad como esta?
-          Esos son asuntos internos que no podemos comentar.
-          Entiendo. Pero  quiero dejar algo en claro: Se están metiendo en donde no deben.
Al traducir esto al japonés, los tres hombres que rodeaban la mesa se miraron mutuamente. Uno de ellos pasó la mano a un costado del dorso, como buscando el mango de un arma.
-          Pero tranquilo. – Continuó Hirley para apaciguar a los hombres de Ishimura. – No venimos aquí para amenazar a nadie. El negocio en esta ciudad está distribuido de la siguiente forma: Los Corneria en el norte, El Cartel del Diablo en el noreste, las Triadas en el oeste, y nosotros en la zona central y sur. Si ustedes quieren expandirse de verdad necesitarán un aliado, alguien que pueda cubrirles las espaldas en lo que se hacen un nombre. Claro, por una cuota razonable.
El señor Ishimura sonrió con interés cuando escuchó estas palabras trasladadas a su idioma natal.
-          Aquí tiene su vino, señor.
-          Muchas gracias. – Hirley bebió un sorbo largo y dulce. - ¿Y entonces, qué les parece?
-          El Señor Ishimura está verdaderamente interesado en la propuesta de su jefe, pero le gustaría que desmenucen más la información antes de poder llegar a un porcentaje favorecedor.
-          Claro. David, te toca.
-          Tenemos entendido- continuó David. -  que los intereses de su organización rosan constantemente con los de los chinos. Si ustedes están dispuestos a negociar, nuestro jefe, el Señor Santana, no solo propone protección, sino también recursos tanto armamentísticos y humanos en contra de las Triadas.
-          Ojalá hubiéramos encontrado un aliado como ustedes hace 50 años. Pero ahora viene la parte importante. ¿Cuánto?
-          Tomando en cuenta las ganancias de los primeros años, que no serán muchas, y la inversión que nuestro jefe hará para poder asegurar su expansión hablamos de alrededor de… El 70% de las ganancias.
Cuando Hiyata terminó de traducir la propuesta, el interés de su jefe se deshizo por completo. Se paró de golpe de su silla y comenzó a orar palabras en japonés de una manera que cualquier persona meramente  consiente hubiera captado como altisonantes. Sus hombres se levantaron junto con él con armas en las manos, creyendo que su jefe estaba en problemas. Hirley y David se mantuvieron impasibles en sus asientos. Hirley bebió de su copa de vino. Cuando el señor Ishimura terminó su discurso, se limpió la frente, se arregló el traje y tomó asiento nuevamente, entonces le dijo algo a su intérprete para comunicárselo a sus invitados.
-          El Señor Ishimura pide una disculpa. Dice que a menudo deja llevarse por sus emociones.
-          Descuide. – Dijo David asegurándose con el rabillo del ojo que los secuaces del japonés ya habían guardado sus armas y se habían regresado a sus respectivas mesas cuando continuó. – la verdad es que el señor Santana tiene otro comunicado para ustedes.

Y de repente con en abrir y cerrar de ojos Hirley sacó de su costado un arma de nueve milímetros y antes que su anfitrión pueda abrir la boca de sorpresa le colocó una carga de plomo entre los ojos. Con un elegante movimiento de manos le clavó otra bala a Hiyata en la garganta. Cuando volteó a su compañero, David ya tenía una pistola de nueve milímetros en cada mano y le perforaba el dorso a los tres guardaespaldas que rodeaban la mesa. Antes que los hombres que se encontraban en las mesas del rededor lograran sacar sus armas para abrir fuego contra los hombres de Santana, Hirley pateó la mesa contra los secuaces que tenía enfrente, causando confusión entre ellos con lo que logró ganar uno o dos valiosos segundos. Ambos lograron agacharse a tiempo que una descarga de fuego pasaba zumbando sombre su cabeza. Uno de los hombres que David tenía en su costado izquierdo había sido herido por una bala perdida de fuego aliado. Con un rápido movimiento logró descargar ambos cartuchos sobre una hilera de cuatro sujetos que se acercaban por la entrada de las escaleras con armas pesadas. El que encabezaba el pelotón fue herido en una pierna, cayendo de inmediato y haciendo tropezar con su cuerpo a sus compañeros de atrás. David aventó sus armas al suelo y sacó un revólver de 45 milímetros con el que arrebato la vida a dos de los atacantes que habían  tropezado y se acercaban violentamente con ametralladoras automáticas que claramente tenían preparadas con anticipación por si la situación se salía de control. Hirley mientras tanto recargaba su arma para tratar de contener a los hombres que se atrincheraban tras las mesas del restaurant. Todo era un caos.
-          ¡Tenemos que salir de aquí, maldita sea! ¿Dónde guardó Claudio el arma automática? – Gritó Hirley entre los relámpagos que emanaban los disparos.
-          Dijo que estaría en la segunda mesa a la izquierda de la nuestra.
-          Con este desmadre ya ni sé cuál es mi izquierda.
-          ¡Ahí está!
-          ¡David, cúbreme mientras yo voy por ella!
Hirley corrió a gachas con el antebrazo rodeándole la cabeza hasta que llegó a una mesa en donde un miembro de los Yakuza había caído muerto. Tanteó debajo de ella hasta que sintió con el tacto los burdos relieves del mango del subfusil automático UZI.
-          ¡Hirley, maldita sea, vienen de la primera planta, no podré retenerlos por mucho con esta arma!
Un pelotón de sicarios subía la escalera, pero Hirley no conseguía quitarle el seguro al arma que acababa de encontrar.
-          ¡Hirley, con un carajo! ¡¿Dónde estás?! – Gritaba David apretando el gatillo de su revolver con disparos de fuego de cobertura. Usaba una mesa de madera como escudo a pesar de que ésta podría ceder fácilmente al metal de una descarga de plomo. Hirley jalaba con desesperación el seguro pero éste se negaba a acceder.
-          ¡Me estoy quedando sin munición! – Gritó David hiriendo en el hombro a otro individuo que subía a la segunda planta del restaurant cargado con un AK-47. Detrás de aquél malherido sujeto, llegaba otro que, apartando de un golpe a su compañero, apretó el gatillo de su automática contra David. Una docena de balas de 7,62 milímetros impactaron contra su dorso, extremidades y cuello.
-          ¡DAVID, NO! – Gritó Hirley mientras tiraba con todas sus fuerzas del seguro del subfusil que accedía de una buena vez. Descargó una decena de balas contra el asesino de David antes de correr hacia el cuerpo agujereado de su amigo. Se hincó ante él tratando de encontrar una señal de vida, pero la esencia de lo que alguna vez fue su viejo colega se había esfumado ya. No se lamentó. No era el primer amigo que perdía debido a los negocios de Santana, y seguramente no sería el último. Corrió y bajó las escaleras a la primera planta de dos en dos, se encontró un oriental en el descansillo pero lo abatió de un golpe en la nuca con la culata del arma para luego clavarle una ráfaga corta de disparos en el pecho. Un par de hombres lo esperaban en la planta baja, en eso, otro par salía de la puerta que daba acceso a la cocina que se encontraba a unos siete metros de él. Descargó las últimas treinta balas del cartucho de la automática contra sus atacantes, pero ya no para asesinarlos, sino para abrirse paso, porque sabía que de donde vinieron esos dos últimos sujetos también vendrían más y ya no tenía ni la compañía ni los recursos necesarios para devolver el fuego. Sus disparos aleatorios dieron en el blanco a uno de los sujetos orientales y fueron suficiente para que los otros tres se pusieran a cubierto el tiempo suficiente para que Hirley pudiera emprender la huida. Mientras corría, mantenía el gatillo apretado, y solo esperaba llegar a la puerta antes que las balas mermen. Pero no fue así. El cartucho se vació cuando él estaba a unos cinco metros de la puerta, los atacantes que estaban a cubierto salieron de su escondite, y entonces, de la puerta de la cocina, salieron seis sujetos más armados hasta los dientes con nueve milímetros. Hirley ahora corría por su vida. Las balas pasaban a su lado destruyendo todo a su paso, lámparas, mesas, vidriería. Hirley corría encorvado cubriéndose la cabeza. Llegó a la puerta, la empujó con su hombro y salió disparado del lugar mientras las balas seguían volando sin cesar. Metió la mano en su bolsillo, y mientras corría por la calle tecleó un atajo rápido en la pantalla táctil de su celular antes de ponerlo contra su oreja para llamar. La línea sonó una vez antes que la voz de una mujer contestara.
-          ¡Hirley! Estás vivo.
-          ¡Sonia, por Dios, vuela las cargas explosivas AHORA!
-          Hecho.
Hirley corrió y corrió sin voltear antes que el ruido de una explosión y una repentina onda sonora lo destantee y le haga perder el equilibrio. Miró hacia atrás pero solo consiguió ver una bola de fuego que se alzaba por los cielos en el lugar donde hace unos segundos se encontraba el restaurante italiano Barzinni’s. Corrió y corrió hasta que a un par de cuadras encontró un taxi con su respectivo conductor. «Y ni siquiera pude gastarme el vino» pensó.