No se sabe cuándo te estás comprando la ropa con la que mañana van
a velarte,
colores opacados por las flores de un show que en la platea nadie
quiere…
- ¡Maldita sea! – Grité mientras le daba palmadas al estéreo del
auto. La voz de Diego Perdomo se perdió en un cúmulo de parásitos
y gotas suicidas que golpeaban con ferocidad el parabrisas de mi auto. –
Estúpido altavoz de mierda.
Le atribuí la interferencia al cable que
conectaba el teléfono móvil al aparato electrónico del sedán y seguí a
través del aguacero noctámbulo tratando de recordar el camino espeso de tierra
roja que horas antes me había acompañado a mi destino. El efecto del alcohol
se había disipado hace unos 40 minutos, más o menos, y entre la espesa soledad
de los matorrales de la flora costera, intentaba disipar el sueño al que un
insomnio inducido por música, sudor y juerga me había llevado.
No se sabe cuando estás saludando al pasar a alguien que ya nunca
verás en tu vida, rutina insoportable de pensar el final, es solo alguien que
saluda y que camina. El arpegio en la menor del tenor argentino
me envolvía en un halo de confort, a pesar de la inseguridad de mi trayecto y
la demasía de la distancia que aún me faltaba por recorrer. Es esa satisfacción
de pertenencia que solo una melodía bonanza puede transmitir. Sea como fuere,
ahí estaba yo, ya había recuperado la lucidez como para no dudar de la figura
que se alcanzaba a distinguir en la cuneta. Una mujer. Inverosímil tomando en
cuenta la lejanía e incomunicación del lugar. Traté de recordar si había pasado
por algún poblado durante el derrotero, pero caí en la cuenta que el
asentamiento humano más cercano estaba a unos 20 minutos en automóvil, hora y
media a pie, ¿qué hacía una fémina rondando por aquí? No me sorprendió cuando
la dama me hizo la parada. Mano erecta y pulgar al cielo. Mis padres me
enseñaron a desconfiar en los autoestopistas, y con razón, viviendo en una
ciudad tan insegura como lo Quiroz, México, en donde te secuestran por cien pesos
y te descuartizan por mil. La mujer tenía una sudadera azul con el gorrito
puesto, una mochila colgaba de su espalda, se veía cansada, sucia y empapada
por el diluvio de aquella noche, pero traté de ignorarla. Avancé unos cuantos
metros haciendo caso omiso de ella cuando algo en mí comenzó a martillar. El
eterno debate entre lo que crees que es correcto y lo que te enseñaron que no
lo es. Miré a través del retrovisor y la vi, de pie, observando como la única
esperanza que la había iluminado con forma de faros delanteros se alejaba en la
espesa oscuridad. Frené lentamente, puse la marcha atrás y regresé por ella.
Una sonrisa se dibujó en su rostro, corrió hacia mi auto, y le abrí la puerta
del copiloto. Estaba empapada cuando ocupó el lugar a mi derecha. Se quitó el
gorro y dejó caer una dulce cabellera negra, que si bien parecía enredada y
espesa por el agua, no podía evitar verse tan linda. Al menos no era un sicario
o extorsionador. A simple vista compartíamos edad, pero sus ojos parecían
ajados y rojos, tristes y flojos. Sus manos trémulas acariciaron el tablero
antes de dirigirme una sonrisa.
- Muchas gracias. De verdad muchas gracias. Lamento mojar tu
tapicería, una disculpa. – Me dijo con un tono tímido en la voz. –
Mi nombre es Lucía, pero puedes decirme Luci.
- Mucho gusto, Luci, mi nombre es Sergio. No te preocupes por los
asientos, - dije tratando de denotar amabilidad. – dime, ¿a dónde vas?
- Vivo cerca de la costa de Playa Limón, pero puedes dejarme cerca
de la carretera federal que va a Prosperidad, ahí podría caminar o
pedir otro aventón.
- ¡Ah, descuida! De todos modos tengo que agarrar aquella carretera,
solo implicaría desviarme unos cuantos minutos, pero te puedo
dejar en tu casa.
Era una mujer linda, y eso motivó mi
amabilidad ante ella. Así de débiles podemos ser los hombres.
- Dime, ¿qué hace una mujer caminando sola por esos lugares a altas
horas de la
noche? – Le dije tratando de iniciar una plática.
- Salgo a pasear de vez en cuando. Me lo recomendaron. No puedo
quedarme en casa por mucho. A veces me pierdo, pero qué bueno que
existe gente tan amable con tú.
- Ya veo. ¿No tenía a nadie que vaya por ti?
- No, no tengo a nadie. No desde que mamá murió. No tengo a nadie a
quién llamarle. La quería mucho. Aún llevo su cabello en mi
mochila.
No supe cómo reaccionar a ello.
Seguramente habré oído mal, pensé, pero no hice eco de aquél último comentario.
- Lamento oír eso.
- No pasa nada.
- ¿Vives sola?
- Sí, por desgracia.
- Ya veo.
- El tiempo se hace lento cuando estoy sola. Nadie va a verme. A
veces mis días son un poco repetitivos. Rutinarios.
- Qué mal. ¿No tienes amigos?
- El carnicero iba a verme a veces, me llevaba comida. Pero se
enfermó. Una infección
intestinal causada por quién sabe qué parásito. Cayó del barranco.
Hablaba. La gente habla mucho y piensa cosas, te culpa, te llama zorra. El
carnicero hablaba. Ya sabes cómo le gusta hablar a la gente. Por eso vivo sola.
¿Te gustan las serpientes?
- ¿Te refieres a si me gusta el animal en sí o si me gustan como
mascota?
- El animal en sí.
- Sí, son bellos animales, ¿por qué?
- Yo los odio. Vivo de las serpientes.
- ¿Cómo puedes odiarlos?
- Me buscan, ¿sabes?, ahí están. Por más que las envenene, ellas
están ahí
observándome, esperando. Pero sea lo que sea que están esperando,
eso no va a pasar. Las extermino, las asesino. Sí, eso soy, soy una asesina de
reptiles. Cada noche me acuesto creyendo que encontré la paz, pero el infierno
me espera al despertar. Mí infierno. Las serpientes son mi verdugo.
- Oye, me estás asustando un poco.
- ¿Por qué? ¡Pero si tú me agradas! La semana pasada encontré un
conductor muy
guapo que se ofreció a llevarme, pero él no me agradaba.
Lamentablemente se asfixió él mismo. ¡Hey! ¿Te conté que trabajo en un proyecto
para volverme famosa?
- No, por supuesto que no lo has hecho.
- Escribo, me gusta escribir.
- ¿De verdad? ¡Yo amo leer! ¿Qué escribes?
- De todo un poco. Ahora mismo estoy escribiendo cuentos para niños,
ya verás, es cuestión de tiempo para que me vuelva rica y famosa.
Los hombres irán detrás de mío, Los hombres son buenos, no como mamá decía. Al
carnicero le gustaba lo que escribía. Lástima que está muerto. Bien muerto.
Lo volátil de plática la hacía incómoda, al menos de mi parte. A
estas alturas estaba seguro que Luci tenía alguna clase de problema mental, y
eso me perturbaba.
- Vivo del papel. – Continuó - El olor a la tinta en él, su textura,
su sabor, ese ruido sordo que hace al crisparse por el fuego. ¿No es hermoso el
papel? Vivo de la carne. Me gusta la sopa, sopa a base de sopa añeja. Sopa de
carne, carne en sopa. A veces la sopa es buena. Tengo que salir, aclaro mis
ideas de ese modo. Pero las serpientes están ahí. Sopa de culebra. ¡Hey! ¿Te
gusta la piel?
- ¿A qué te refieres?
- ¿Que si te gusta la piel, tontito?
- Hem… supongo que sí.
- Eres un tontito, me agradas mucho. La casa no es la misma dese que
murió mamá, es vacía, es fría, es…
- Amiga, me estás comenzando a espantar.
- ¿Por qué lo dices?
- Lo que dices, no sé, es… perturbador.
- ¿Lo arruiné? Dime que lo arruiné. Dime que soy una estúpida. ¡Ven,
golpéame, como lo hacía mamá! ¿Qué vas a hacer fortachón? ¿Me vas
a rapar, me vas a arrancar la blusa, me vas a dar jarabe para la tos y palazos
hasta hartarte? ¿Vas a decirme que soy un engendro, que no debí nacer, que soy
el deseo de Arioc? ¿Vas a encerrarme en el sótano? ¡Justo como mamá! Ella tenía
razón, todos los hombres son unos hijos de puta.
- Oye, amiga, cálmate. Mira, me voy a detener aquí…
- ¡No! Por favor, ellos nos están siguiendo.
- ¿Quiénes?
- ¡Las serpientes! ¿No te das cuenta? Por favor, no puedes dejarme
aquí. Perdón por arruinarlo, justo como con los cachorritos y el
queroseno. Por favor.
- Está bien, cállate, por favor. Te llevaré a tu casa.
- Mil gracias, eres tan lindo. Me callo.
El trayecto se hizo en silencio, con excepción de unas cuantas
indicaciones, pero al final llegamos a su casa. Estaba justo a la salida de
Playa Limón. La casa era enorme pero vieja, con un gran jardín con árboles
frutales y flores, la terraza de la mansión veía justo a la orilla de un
barranco. El sol comenzaba a salir. Con los primeros rayos del astro rey pude
ver con mejor detalle el patio del
hogar de Luci. Me sorprendió ver tres montículos de tierra, que
bien parecían recientes porque aún estaba la pala a un lado de ellos. Eran
tumbas.
- Muchas gracias por el aventón. ¿Te
gustaría pasar a cortar azucenas?
- Mira, esto se está poniendo muy tétrico. Debería irme.
- Claro, ¡maneja con cuidado!
Lucía se dio la vuelta y caminó directo a
las tumbas, se agachó, puso la mano sobre el montículo, y me hizo adiós desde
su posición. Regresé a la carretera y traté de olvidarme de aquél extraño
suceso mientras conducía.
Habían pasado 15 minutos de que había dejado a la autoestopista
cuando escuché un leve siseo dentro del automóvil. Mi sorpresa fue mayúscula,
tanta que tuve que detener el auto en seco y salir de él para poder enfrentar
el reptil que se colaba en la parte de abajo del asiento del pasajero, una
serpiente.