domingo, 19 de enero de 2014

Te quiero.

Sus ojos encontraron los míos. Suspiró. Tambaleó antes de preguntar con hosquedad.
-¿Por qué me quieres?

Tomé un trozo de papel y escribí:

Te quiero.
Te quiero porque eres diferente,
te quiero por disidente
y con disidencia me refiero
a que sin un por qué te quiero. 


miércoles, 8 de enero de 2014

Ricardo Allende - Capítulo II. Oportunidades y Oportunistas.

Capítulo II

Oportunidades Y Oportunistas.

Ricardo Allende se preparó un sándwich con el jamón barato que había estado arrumbado en su nevera desde quien sabe cuánto tiempo. Su cena y almuerzo de esa noche iban a constar de un refresco de soda, una bolsa de galletas y por supuesto, un sándwich de jamón. Tomó las llaves del Tsuru 2001 que rotulaba «Taxi seguro». Esa noche le tocaba doblar turno.

Zigzagueaba por el centro de Ciudad Quiroz. Las calles vacías al estilo colonial eran como una pieza musical de la que nadie quiere tomar parte para bailar. Y era entendible; a estas horas de la noche (o de la mañana), y más en estos días de la semana todos están impávidos en sus hogares, durmiendo y descansando para la jornada matutina de mañana. Pero no Ricardo Allende. Había querido estudiar, salir adelante, ser alguien, tener una vida como la que sus padres nunca pudieron darle, pero el destino le había puesto trabas. No recordaba qué, cómo o quién, pero había terminado sus días, desperdiciando su energía y juventud en un sedán de cuatro puertas, con un sueldo miserable y el tubo de escape averiado. Miró la pantalla de su celular para ver la hora, «dos horas más y me voy a la mierda». No era ningún secreto, odiaba su trabajo, tanto que éste lo llevó a odiar su vida. Había llegado a la conclusión, después de varios meses reflexionando, que él no era más que una de esas personas que solo fueron traídas al mundo a fracasar, solo para que las generaciones futuras tengan un ejemplo de cómo no ser cuando grandes. Sí, la vida es injusta. Avanzó unos cuantos kilómetros más en las calles iluminadas artificialmente y estacionó frente a una tienda de autoservicio.  Compró unos chicles y un refresco y continuó con su tedioso recorrido noctámbulo. Se detuvo en una esquina, salió a caminar mientras dejaba pasar el tiempo cuando vio a lo lejos la silueta inconfundible de un sujeto corriendo a toda velocidad en dirección a él. La soledad de la noche solía jugarle jugarretas, como aquella vez cuando le había parecido ver un ser antropomorfo huyendo despavorido en un callejón, pero esta vez aquél sujeto le parecía de carne y hueso y más importante aún, real. Agudizó la vista y efectivamente, se trataba de un hombre joven entre treinta años huyendo horrorizado que se encontraba a unas cinco cuadras del sedán. Se acercaba velozmente a Ricardo cuando detrás del desconocido surgió un destello áureo que pronto se convirtió en una bola de fuego seguido de un espantoso rugido que perforó sus oídos; una explosión. Allende apartó la vista y se cubrió para protegerse de la onda expansiva, cuando alzó la vista solo pudo ver a lo lejos ascuas y humo. Entonces, como salido de una película de acción, el sujeto estaba hora de pie, a unos tres metros de él, su ropa estaba ensangrentada, despedía un característico olor a pólvora y sujetaba un subfusil automático que apuntaba a la cien de Ricardo.
-          ¡Tú! – Exclamo el sujeto. - ¡Súbete al maldito auto y conduce lejos de aquí!
-          Pero…
-          ¡Súbete al maldito auto o te vuelo los sesos ahora mismo!
Allende no dudó dos veces ante esta amenaza, subió al sedán mientras que el desconocido hacía lo mismo en el asiento de copiloto sin quitarle el arma de encima.  Estaba a punto de preguntarle a qué dirección quería que lo lleve cuando vio en su retrovisor a cuatro autos deportivos de color gris dirigiéndose a ellos a toda velocidad; entonces comprendió. Aceleró como pudo, las llantas quemaron el pavimento y zigzaguearon cuando el taxi salió despedido.
-          ¡Esos hijos de puta no se dan por vencidos! – Gritó enfurecido el desconocido sacando la cabeza por la ventana. - ¡Más rápido, nos están alcanzando!
Ricardo pasó por alto un semáforo en rojo y letrero que ponía ALTO.


-          ¿Sabes disparar un arma? – Preguntó el hombre.
Ricardo negó con la cabeza.
-          Lo que pensé.
Uno de los cuatro autos estaba por alcanzarlos e intentaba golpear la parte trasera del taxi con la defensa.
-          Tratarán de acerté perder el control, mantente firme al volante.
El auto había alcanzado los 100 kilómetros por hora, y el más mínimo movimiento brusco  podía significar la pérdida del control, un terrible accidente, servicios de rescate y un titular en los periódicos sensacionalistas de «Conductor loco se estrella en la Avenida Colón. El saldo: dos muertos». El deportivo gris alcanzó golpear levemente el Tsuru empujándolo hacia adelante.
-          Esto se está poniendo serio. –Dijo el desconocido. – Es hora de que aprendan una lección.
Sacó un arma y revisó el cartucho.
-          ¿Eres creyente? – Le preguntó a Ricardo.
-          No mucho.
-          Pues ruega que Dios nos ampare ahora mismo. 
Sacó medio cuerpo por la ventana del copiloto y descargo una, dos, tres y cuatro balas contra el atacante. Una de esas balas logró alcanzar el neumático delantero izquierdo del coche que los perseguía, éste perdió el control y se detuvo de manera perpendicular en medio de la calle cuando otro de los automóviles atacantes embistió accidentalmente contra él, envolviendo a ambos motorizados en una nube grisácea de polvo y parabrisas rotos.
-          ¡Upa! ¡Deberían darme un aumento por eso! – Dijo el hombre poniéndose cómodo en su asiento. Pero aún quedaban otros dos autos. Ambos automóviles estaban detrás de ellos cuando los pasajeros de ambos vehículos dispusieron a descargar fuego contra Allende y su acompañante. Los cristales frontal y dorsal se convirtieron en astillas en un abrir y cerrar de ojos.
-          ¡Rápido, dobla aquí! – Gritó el hombre antes de llegar a una esquina activando el freno de mano. El taxi giró derrapando en una avenida y se detuvo de golpe, pero los perseguidores siguieron recto antes de percatarse de la maniobra de sus perseguidos.
-          ¡Acelera, maldita sea, no sé por cuanto tiempo los perdimos!
Ricardo, una vez más, hizo caso del copiloto de momento y se internó en una avenida.

-          ¿Quiénes eran esos sujetos?
El desconocido ignoró la pregunta y le dijo.
-          Necesito que sigas recto hasta el Monumento a la Cultura.
Y así lo hizo. Condujo unas tres cuadras cuando de repente, un coche gris deportivo se atravesó cerrándoles el paso. Ricardo distinguió a tres pasajeros incluyendo el conductor de rasgos mongoloides antes de que estos abrieran fuego por las ventanas del auto. En su instinto de supervivencia, Allende aceleró e impactó su coche contra ellos. Los enemigos quedaron atónitos y cesaron la ráfaga de plomo. Ricardo retrocedió y cargó una vez más, esta vez empujándolos y abriéndose paso por la calle de la venida. Avanzó 120 kilómetros por hora con el corazón latiéndole aún más rápido.
-          ¡Esos chinos de mierda no se dan por vencidos por nada del mundo!
Y efectivamente, ahí, a 15 metros de distancia se acercaba aquél mismo vehículo. El copiloto misterioso descargó lo que le quedaba del cartucho de su arma pero ninguna dio en el blanco. El enemigo iba haciendo la distancia cada vez más corta.
-          ¡Mierda, ya no me quedan balas! Colega, ahora te toca a ti deshacerte de ellos.
Eso acaba de decir cuando la pandilla de asiáticos los alcanzó y colocó su auto a un lado de manera paralela a ellos de tal manera que quedaron alineados de manera casi perfecta. Ricardo pudo ver el rostro del conductor, un hombre con la cabeza totalmente rapada y la mitad del rostro tatuado. Los pilotos cruzaron miradas, era obvio que el asiático reconoció el miedo en los ojos de Allende, de hecho cualquiera lo hubiera distinguido. El conductor enemigo sacó un arma automática por la ventana mientras con la otra mano mantenía el control del volante. Ricardo sabía que si no hacía algo la vida de él y la del desconocido podría terminar en ese mismo instante. Mientras el hombre tatuado fijaba su blanco, Allende giró el volante de brusca manera y embistió a su perseguidor quien perdió el total control de la máquina y terminó por estamparse en un poste de luz.
-          ¡Vaya! – Exclamó el desconocido con cierto alivio. – Creí que no nos salvaríamos de esa. ¡Rápido! Necesito que conduzcas hasta las afueras de la ciudad antes que manden más secuaces a por nosotros.  Ah, y no hagas preguntas.
Condujeron por veinte minutos a toda velocidad hasta llegar a un cruce ferroviario. Se podían ver los primeros rayos del sol emerger a lo lejos. Se detuvieron justo antes de las vías del tren en donde los esperaban dos autos con un hombre y una mujer respectivamente.
-          Detén el auto aquí. Vamos, bájate. – Le ordenó el hombre a Ricardo.
-          ¡Hirley! – Exclamaron ambas personas. – Creímos que no la librabas.
-           Y estuve cerca de pasmar. Pero David… no consiguió salir.
-          Oh, lamento oír eso. – Dijo la mujer. – Santana se hará cargo de que esos chinos paguen.
-          No lo dudo, Sonia, no lo dudo.
-          Nos tenemos que ir. – dijo el hombre. – nos vemos en la Guarida.
-          Ahí estaré.
-          Ah, ten. – dijo y le entregó un arma a Hirley. – Deshazte de él.
El miedo recorrió a Ricardo. Pensó en correr pero estaba paralizado ¿así es como debería morir? Sin nada, sin nadie, joven, en un estúpido juego de criminales ¿era éste su fin?
El hombre y la mujer se subieron a uno de los autos y se perdieron en la carretera contraria que llevaba a Ciudad Quiroz. El hombre misterioso se dirigió a Allende y le apuntó con el arma.
-          No debemos dejar testigos, no es nada personal, chico. – El sujeto titubeó un momento  con la pistola lista para poner fin a los días de Ricardo. La mano le temblaba, cualquiera que conociese a Hirley Perera podría haber asegurado que era la adrenalina, pero era más que eso. Dudaba. Dio un suspiro impotente y bajo el arma homicida.
-          No puedo asesinarte. Me salvaste la vida, mierda. Yo… gracias.
Ricardo estaba confuso, había tenido tantos sentimientos en tan poco tiempo; confusión, miedo, terror, suspenso, alivio, miedo nuevamente. Ya ni sabía que pensar.
-          Aparte – continuó el hombre. – Ya he asesinado a muchos hombres hoy. Mi nombre es Hirley.
Él estaba completamente desorientado.
-          Yo… Mi… mi nombre es Ricardo.
-          Mucho gusto, Ricardo. Has demostrado ser un hombre valiente ahí afuera. Muy pocos conducen como tú, quizás deberías dejar ese trabajo de mierda y comenzar a apostar por altos vuelos. – y señaló el taxi destruido que les había servido de medio de escape.
-          Yo… No sé.
-          Te llamaré, Ricardo, y te daré indicaciones. Claro si es que te apetece una mejor vida. De hecho, si no aceptas serás considerado enemigo de nuestra… organización, y a mi jefe no le gusta tener enemigos. Piénsalo, tienes 24 horas. No solemos hacer este tipo de ofrecimientos, y menos a desconocidos, pero tienes potencial, muchacho. Tu tiempo corre. Subió al auto que la pareja había dejado y huyó del lugar dejando a Ricardo Allende con preguntas inquietantes, una oportunidad para salir del agujero donde había pasado los últimos años de su mugrienta vida y la carrocería del Tsuru 2001 completamente destruida.