Frente Al Televisor
Anoche
me acosté a dormir cuando los anuncios de televentas comenzaron a invadirme
repetitivamente. Hoy desperté con el himno nacional para luego pasar a las
noticias matutinas. Así me dieron las siete de la madrugada; se avecinaban
lluvias torrenciales para la ciudad, la gasolina subió un 13% y el Vaticano
daba un discurso en contra de los gays. Me hubiera sorprendido más haber
encontrado noticias optimistas o verte en el centro de televisor con un saco de
vestir negro que cubriera tu figura. Pero no. Me puse el viejo cobertor
alrededor mío y me acomodé en el sofá. Parecía un hombre en estado vegetal.
Comenzaron
los programas esos dirigidos a amas de casa en donde los presentadores bailaban
y decían ridiculeces solo para tener al público ligeramente entretenido.
Esperaba verte moviendo el trasero al ritmo de alguna canción cubana,
anunciando mayonesa dietética o sugiriéndole al televidente que cambie de
compañía de teléfono móvil, pero no te vi.
Entonces
inició ese show basado en casos de la vida real mexicana; recé para que seas la
próxima en entrar en escena interpretando a alguna madre soltera, o a una
señorita con problemas de drogas y reincidencia en el alcohol. Esperaba
siquiera poder ver tu mirada, encontrarme tus ojos y percatarme que no habían
perdido la luz que tantos años atrás yo les había dado.
El
día pasó y la tele trató de venderme una cerveza que me haría más amigable, una
rasuradora que me ayudaría a encontrar mujeres con quien reemplazarte, un
desodorante que estaba de moda entre los jóvenes quinceañeros, un refresco que
me haría disfrutar la vida, una promoción en un restaurante de comida rápida
que aseguraba ser el mejor en el mercado estadounidense a pesar de que las
noticias del medio día decían que se había encontrado una rata dentro de un
contenedor de lechuga en el mismo lugar. Me trató de vender un tratamiento
psíquico para adelgazar, una película mexicana que hablaba de narcos y
corrupción política y un tratamiento herbolario que aseguraba que nunca seré
feliz con el cuerpo que tengo. Pero lo único que quería era que salgas tú. Me
tragué siete novelas esperando encontrarte en el siguiente cuadro besando
apasionadamente al protagonista de momento como me besabas a mí.
Me
fumé unas cuantas cajetillas para así abolir la necesidad de comer y ya no
perderme ningún momento la TV, porque la última vez que me ganó el hambre y
corrí a engullir en el refrigerador lo primero que vi, esa vez, te juro, me
pareció ver tu piel morena y tu mirada verde antes de que la programación
pasara a la publicidad de una pelea de boxeo que prometía no ser larga y
repetitiva como la de la semana pasada.
Me
tragué tres partidos de fútbol con más fueras de juego que goles y que al final
terminaron cero por cero, el informe de gobierno del alcalde, la entrevista al
hijo de Blue Demon, el homenaje post mortem a un actor al que nadie le importó
mientras vivía y 17 videos musicales que, aunque la música sonaba exactamente
igual, analicé detenidamente para ver si esta vez estabas entre una de las
extras bailando como si yo ya no te importara.
Dicen
que vivir sin esperanzas es también una gran hazaña, pero espero que no hayas
perdido las tuyas. Aún recuerdo cómo me hablabas acerca de ser modelo y actriz,
¡y qué feliz era yo de escucharte! Sé que la decisión que tomaste fue la mejor,
así que por favor, salte ya bebiendo Coca Cola, fumando un cigarro o apoyando a
algún candidato a la presidencia; has que valga la pena lo que estoy pasando
solo para ver tu rostro otra vez.
La
programación terminó de la misma manera que terminó ayer, antier, y la semana
pasada, y lo único que vi fue mi rostro socavado reflejándose en la pantalla de
televisor después de presionar rendido el botón de power.