jueves, 28 de mayo de 2015

Frente al Televisor

Frente Al Televisor

Anoche me acosté a dormir cuando los anuncios de televentas comenzaron a invadirme repetitivamente. Hoy desperté con el himno nacional para luego pasar a las noticias matutinas. Así me dieron las siete de la madrugada; se avecinaban lluvias torrenciales para la ciudad, la gasolina subió un 13% y el Vaticano daba un discurso en contra de los gays. Me hubiera sorprendido más haber encontrado noticias optimistas o verte en el centro de televisor con un saco de vestir negro que cubriera tu figura. Pero no. Me puse el viejo cobertor alrededor mío y me acomodé en el sofá. Parecía un hombre en estado vegetal.  
Comenzaron los programas esos dirigidos a amas de casa en donde los presentadores bailaban y decían ridiculeces solo para tener al público ligeramente entretenido. Esperaba verte moviendo el trasero al ritmo de alguna canción cubana, anunciando mayonesa dietética o sugiriéndole al televidente que cambie de compañía de teléfono móvil, pero no te vi.
Entonces inició ese show basado en casos de la vida real mexicana; recé para que seas la próxima en entrar en escena interpretando a alguna madre soltera, o a una señorita con problemas de drogas y reincidencia en el alcohol. Esperaba siquiera poder ver tu mirada, encontrarme tus ojos y percatarme que no habían perdido la luz que tantos años atrás yo les había dado.
El día pasó y la tele trató de venderme una cerveza que me haría más amigable, una rasuradora que me ayudaría a encontrar mujeres con quien reemplazarte, un desodorante que estaba de moda entre los jóvenes quinceañeros, un refresco que me haría disfrutar la vida, una promoción en un restaurante de comida rápida que aseguraba ser el mejor en el mercado estadounidense a pesar de que las noticias del medio día decían que se había encontrado una rata dentro de un contenedor de lechuga en el mismo lugar. Me trató de vender un tratamiento psíquico para adelgazar, una película mexicana que hablaba de narcos y corrupción política y un tratamiento herbolario que aseguraba que nunca seré feliz con el cuerpo que tengo. Pero lo único que quería era que salgas tú. Me tragué siete novelas esperando encontrarte en el siguiente cuadro besando apasionadamente al protagonista de momento como me besabas a mí. 
Me fumé unas cuantas cajetillas para así abolir la necesidad de comer y ya no perderme ningún momento la TV, porque la última vez que me ganó el hambre y corrí a engullir en el refrigerador lo primero que vi, esa vez, te juro, me pareció ver tu piel morena y tu mirada verde antes de que la programación pasara a la publicidad de una pelea de boxeo que prometía no ser larga y repetitiva como la de la semana pasada.
Me tragué tres partidos de fútbol con más fueras de juego que goles y que al final terminaron cero por cero, el informe de gobierno del alcalde, la entrevista al hijo de Blue Demon, el homenaje post mortem a un actor al que nadie le importó mientras vivía y 17 videos musicales que, aunque la música sonaba exactamente igual, analicé detenidamente para ver si esta vez estabas entre una de las extras bailando como si yo ya no te importara.
Dicen que vivir sin esperanzas es también una gran hazaña, pero espero que no hayas perdido las tuyas. Aún recuerdo cómo me hablabas acerca de ser modelo y actriz, ¡y qué feliz era yo de escucharte! Sé que la decisión que tomaste fue la mejor, así que por favor, salte ya bebiendo Coca Cola, fumando un cigarro o apoyando a algún candidato a la presidencia; has que valga la pena lo que estoy pasando solo para ver tu rostro otra vez.

La programación terminó de la misma manera que terminó ayer, antier, y la semana pasada, y lo único que vi fue mi rostro socavado reflejándose en la pantalla de televisor después de presionar rendido el botón de power

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